Celebramos un fin de semana romántico, no porque lo imponga San Valentín, sino porque siempre es buen momento para festejar el amor y el cariño. Tampoco necesariamente gastando, ¿para qué? si tenemos ya el único regalo imprescindible: la vida. Pero una sorpresa, regalar tiempo, caricias, abrazos inesperados… son siempre bien recibidos. La buena compañía es sin duda el mejor motivo de celebración. También lo es saber que cada minuto es especial, por lo que tiene de aprovechable e irrepetible, y más aún al lado de las personas que queremos. Quienes tienen más experiencia, más años vividos, aseguran que lo realmente importante es haber amado. También sonreír es lo que cuenta, pero incluso la sonrisa tiene tanto que ver con el amor… con el amor por la vida. Sabemos, muchas veces a la fuerza, que se puede vivir, incluso mejor, con menos. La realidad que nos toca de estrecheces y hasta carencias, nos muestra que la felicidad no la encontramos al cambiar de coche o consiguiendo siempre “algo mejor”, todo lo contrario, ya que ese hambre de acumular, poseer y necesitar, a lo único que contribuye es a la frustración. Si pensamos en personas felices, puede que aparezcan en el imaginario colectivo personas que lo dejaron todo por amor y vivieron plenamente en la sobriedad, como Vicente Ferrer o la Madre Teresa de Calcuta. Dejar fuera lo que no sirve, no aporta nada o no produce alegría, es otro de los secretos de los más sabios. Solo así nos damos cuenta de que la felicidad no depende de nada ni de nadie, porque los cimientos del arma más poderosa del mundo: el amor, están dentro. Oscar Wilde señalaba que “el único amor consecuente, fiel, comprensivo, que todo lo perdona, que nunca nos defrauda, y que nos acompaña hasta la muerte es el amor propio”, y que amarse a sí mismo, es el comienzo de una aventura que dura toda la vida. Ya lo dicen los enormes y eternos Beatles: todo lo que necesitas es amor. Y el principal protagonista de esa aventura para siempre, es el amor a uno mismo.
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