No puedo dejar de elogiar y desear que cunda el ejemplo del joven militar que el mes pasado evitó una agresión, que pudo ser mortal, a una mujer delante de su hijo de cuatro años. Dice Juan José Iglesias Álvez que escuchó gritos y llantos en un garaje y al ver a un hombre con un cuchillo sobre una mujer, se lanzó a reducirle sin pensarlo. Estuvieron forcejeando hasta que consiguió arrebatarle el cuchillo. El agresor, sobre el que pesaban varias órdenes de alejamiento por maltrato a su expareja, huyó, pero fue detenido por la Policía cerca del barrio salmantino donde ocurrió todo. “No soy un héroe. Hice lo que tenía que hacer”, dijo. Es maravilloso que prevalezca el sentido de la responsabilidad, del compromiso social y de la solidaridad, sobre todos esos actos violentos que demuestran que el avance frente al machismo sigue siendo arduo y lento. En otras partes del mundo es aún peor. La violencia contra la mujer deja una macabra huella en todo el planeta. Son aberrantes las lapidaciones que siguen siendo legales, especialmente en países musulmanes, por mantener lo que consideran relaciones sexuales ilegales o por haber sido violada. También hay tradiciones monstruosas como la ablación, en precarias condiciones y sin anestesia. La mutilación genital femenina, ocasiona trastornos psicológicos, infección, complicaciones en el parto, imposibilidad de tener hijos, incluso llegan a desangrarse hasta morir. Es lo que prefieren los padres antes que enfrentarse a la humillación pública, pero no creo que exista mayor degradación que la que supone no salvar una vida que está en tu mano, y más cuando es la que has engendrado. La discriminación hacia la mujer en tantos rincones demanda valentía en nosotras, condena social, que se endurezcan las leyes y mayor protección. Todo, para poder llegar a algo tan justo, lógico y necesario como es la igualdad. De momento nos quedamos con las buenas acciones de quienes se niegan a aceptar, sin pensarlo, que se siga maltratando a la mujer.

AUTORA 

rbnNuevaIrene

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Saber que se puede

No hay tiempo para el odio porque no hay paz sin perdón. Perdono para vivir. Espero que este libro, en el que abro mi corazón, anime a la reflexión, la armonía interior y la exaltación de los valores humanos.

Si mi caminar ha servido para que otros valoren sus piernas, sus caminos y sus vidas, el dolor, las caídas y los momentos menos buenos están más que amortizados.

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