Solo una persona con la empatía y sensibilidad de Irene Villa podía escribir una novela sobre los centros de acogida de menores y la adopción.
Este viaje comenzó hace dos veranos en Palma de Mallorca, donde recibimos la mejor de las noticias: ¡que íbamos a ser papas de nuevo!, y donde, desde hace más de ochenta años, está domiciliada la Fundación Natzaret. En una enorme casona al borde del mar, acogen niñas y niños procedentes de familias que no podían satisfacer las necesidades de sus hijos.
Visitamos la Fundación para compartir con los chicos experiencias que pudieran motivarles y ayudarles a apreciar lo que tenían. «Porque lo importante no es lo que muchos hemos perdido en el camino —les dije—, ni si hemos visto nuestros derechos vulnerados, sino que lo que verdaderamente importa es lo que tenemos y lo que podemos conseguir con nuestro amor, esfuerzo y esperanza ».
Aquel lugar me cautivó desde el primer momento en que crucé la puerta de entrada. No sé, había magia. Su director, los cuidadores, los voluntarios… son una gran familia en la que, como pude comprobar tras varias visitas, tienen un gran peso y un enorme poder el cariño y la educación. Sentirse arropado, querido, apoyado, es maravilloso, sobre todo cuando antes te has encontrado solo o desprotegido, pero también creo que es fundamental formar parte de un grupo, tener un lugar y unas responsabilidades. Pude ver cómo el amor y la educación pueden transformar vidas, dar nuevas oportunidades, crear ilusión y hasta magia en los ojos de esos niños y niñas.
Me pareció tan valiente esta alternativa que empecé a interesarme por otros centros de acogida en distintas ciudades y definitivamente decidí dedicar mi segunda novela a uno de ellos, completamente inventado y construido desde el punto de vista de una profunda admiradora de la gente que dedica su vida a brindar apoyo, cuidados, cariño y educación a estos niños, con un amor incondicional que es seña de identidad de todos los trabajadores de los centros de acogida para menores.
A través de todos estos personajes, con sus historias, logros y tropiezos, he pretendido transmitir que «El amor es para el niño como el sol para las flores».
Atentamente, Irene Villa